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Artículo: PRESENCIA Y ROL PATERNO.

Actualizado: 6 jul 2022

ARTÍCULO:


LA FUNCIÓN PATERNA EN REVISIÓN


Para poder explorar de forma más o menos exhaustiva ese complejo término que alude a su vez a una compleja realidad, me gustaría moverme en diversos planos de este mismo concepto, la Paternidad.


Desde mi experiencia en el trabajo tanto con lo masculino, como con lo paterno, he podido detectar una tendencia a la fuga, histórica, antigua y arcaica en los hombres, en la cual me incluyo. Poco a poco y debido en gran medida a lo obsoleto del paradigma social y cultural actual, está tendencia va revirtiéndose hacia una voluntad de tomar la responsabilidad personal y colectiva en todos aquellos ámbitos en que lo masculino y lo paterno se expresa a través de nosotros.

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En general, esta tendencia a la huida se manifiesta en un hecho fundamental que tiene un innegable sesgo de género forjado a lo largo de los siglos: nos sentimos históricamente aislados y solos en nuestro viaje como hombres y como padres (porque así lo hacen los “hombres de verdad”). Esto nos impulsa a generar un falso desapego con nuestro contexto social y familiar, generando así una herida de soledad, de separación, de sostener más de lo que en realidad podemos y queremos sostener. Hay una frase que puede resumir la idea que genera esta gran herida que la actual estructura patriarcal nos inflige: “Yo puedo solo. Mis miserias son mías. Voy a arreglarlo y cuando esté bien, volveré”.


Esta fuga puede tomar muchas formas. Puede ser una ausencia física y absoluta, o puede ser una ausencia emocional y relativa. Ninguna de ellas es mejor que la otra. Como niños en busca de amor masculino, las experimentamos como un vacío que es muy difícil de cubrir.


La teórica feminista bell hooks, en su libro “El deseo de cambiar”, que tiene una mirada restauradora de lo masculino, tiene un precioso capítulo titulado “Se buscan hombres que amen”, en el que hace apología del amor masculino y lamenta el hecho de que muchos de nosotros, debido al imperativo de “la auténtica masculinidad”, hemos sentido la necesidad de congelarnos, de protegernos, de dejar de amar, dejando a la sociedad huérfana de nosotros mismos, huérfana del amor masculino, y por ende, huérfana del amor paterno.


Muchas veces esto se debe a una necesidad de autocuidado, y a una experiencia que nos confirma una y otra vez que tanto nuestro entorno cercano, como el contexto más amplio que habitamos, pueden dañar nuestra vulnerabilidad. Mejor cerrarse y cuidarse de esta manera.


Esta misma congelación y protección, es la que nuestros padres, abuelos y bisabuelos, heredaron de sus ancestros, y paso a paso, como la gota que con calma forma la estructura de una estalactita, nos encontramos con una formidable espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza de los hombres, que “prácticamente” sin referencias, pretendemos aprender la árdua tarea de amar, de abrirnos y de cuidar.



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Y digo “prácticamente” a sabiendas de que será necesario explicar que SÍ, que dentro de todos los hombres que colman la historia de lo masculino en sus múltiples caras, quiero entender que ha habido la necesidad de aprender dicha tarea. La necesidad de aprender a amar y de buscar y encontrar el amor en lo masculino, y que como tantos de nosotros, hombres actuales, sea cual sea nuestra condición, se fijaron muy atentamente en sus hombres de referencia para buscar esos pequeños destellos de amor, de presencia, de eso que bell hooks denominó “voluntad de cambiar”.

Para introducir los diferentes planos de este concepto tan complejo a los que aludía al principio, me gustaría hablar de un gran referente teórico para mi. Se trata de Albert Rams, que dedica un capítulo entero de su libro “Ser padre hoy, terapìa Gestalt y paternidad”, a los cuatro niveles semánticos que él encuentra tanto sobre el concepto de padre como sobre el de madre.


  • Padre biológico

  • Imago paterna

  • Gran Padre

  • Padre Interno


Acceder al conocimiento y a la comprensión de cómo interactúan estos cuatro niveles nos facilita en gran medida la tarea de buscar referentes paternos sanos y la de trabajar sobre los referentes paternos que no han sido tan sanos.


Me gustaría hacer especial mención a los dos primeros niveles, el padre biológico, y la imago paterna, ya que en la posibilidad de diferenciar entre estas dos “manifestaciones de paternidad”, estriba una de las grandes oportunidades que podemos tener para trabajar desde la consciencia "lo que fue", para tener un “lo que será” creado a su vez desde la consciencia.


Primero creo que es importante mencionar que el nacimiento de unx hijx supone para nosotrxs como adultxs, nuestro propio nacimiento a una nueva fase, a una nueva realidad, a un nuevo paradigma. En mi caso, al nacer mi hijo, nací yo a la vez a padre, de forma que el hombre-niño dejaba paso al hombre-padre. El(los) nacimiento(s) puede(n) ser un hecho trascendental si abrimos esa posibilidad.


Y en esos primeros momentos suele suceder en muchas ocasiones que los señores fantasmas personales tocan uno de tus hombros y susurran:

  • ¿Y lo vas a hacer igual que papá? ¿Y podrás hacerlo diferente? ¿Y podrás hacerlo tan bien cómo el? ¿Y podrás ser suficientemente bueno? ¿Y como vas a hacer para cuidar de este ser?



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El camino al que llevan estas preguntas muchas veces desemboca en el encuentro con el propio padre ya sea de forma literal o figurada. Para exigir, para agradecer, para buscar lo que no hubo, para recordar lo que sí que hubo. Me parece interesante la posición que cada uno de nosotros toma en este encuentro tardío entre dos hombres padres. En este sentido, como decía unos párrafos más arriba, me sirve de mucho poder distinguir entre:


  • Padre biológico: en mi caso, este padre es esa persona a la que yo llamo papá, que tiene un nombre propio, una experiencia vital determinada, y que ha seguido su vida y su propia evolución tras dejar yo de ser un niño. Es un ser diferente a mí, externo a mi y al que por más que lo intenté o me gustaría, no tengo acceso al botoncito de “cambiar a mejor”.


  • Imago paterna: es la imagen interna que creamos de “lo paterno” en el sentido más amplio de la palabra. Una especie de padre congelado dentro de mí que siempre responde de la misma forma a determinados acontecimientos. Puede tomar forma de vocecilla insidiosa, de patrón de pensamiento o de acción. No es mi padre biológico, aunque en gran parte está basado en él, pero también ha bebido de numerosas otras influencias, como referentes cinematográficos, pornografía, profesores, amistades, estructuras sociales, etc. Y este sí es totalmente mío, y si tiene botón de cambio a mejor. Para poder trabajar a este nivel (a veces el único al que se puede trabajar), es importante generar la distancia suficiente para poder verlo, y tomar la responsabilidad y el compromiso sobre lo que, de forma consciente e inconsciente, hemos generado.

Aquí viene uno de los ejes sobre los que una paternidad explícita se sostiene: la primera paternidad a la que prestar atención es la paternidad implícita, o dicho de forma más llana: ¿Qué tipo de imagen paterna cuida del niño que hay dentro de mí? Qué tal padre soy yo para mí mismo? ¿Cómo son las voces que me hablan desde dentro?

Porque si no cuido, si no miro, si no elaboro y trabajo esta imágen paterna interna, ¿podré ejercer esa paternidad ideal, infantilizada, polarizada en el extremo de la felicidad, la bondad, la paciencia y el amor que muy probablemente deseo?


Conviene tener en cuenta el baile de roles que se genera con el hecho de la paternidad. El niño que ha sido padre y que a su vez sigue siendo hijo del hombre que fue niño y se convirtió en padre y que a su vez continuó siendo hijo de un niño que fue padre, y así hasta el final, o el principio de los tiempos.


A mi modo de ver es importante generar el suficiente espacio y flexibilidad interna para que este baile tenga lugar de forma lo más fluida posible. El cambio de prisma, de punto de encaje, como diría Don Juan, el pícaro chaman mesoamericano, nos ayuda a ver el mundo, nuestras experiencias y a nosotros mismos desde un lugar que nos da menos importancia personal, que nos relativiza, que nos permite el ejercicio de la empatía hacia lo ajeno y a la vez de lo propio.


En este punto del baile de roles que impide que nos aferremos a una definición demasiado cerrada de nosotros mismos, me gustaría introducir uno de los términos que más luz ha arrojado tanto a mi experiencia personal, como a mi práctica docente y terapéutica. Se trata de un término acuñado desde la perspectiva psicoanalítica por Donald Winnicott, un referente en la psicopatología infantil:


LA FUNCIÓN PARENTAL


En las funciones parentales, Winnicott antepone el concepto de función frente al del sujeto que la realiza (madre, padre o sustituto). La función implica una acción, un movimiento que posibilita un proceso, más allá de las personas concretas, biológicas, que realizan el cuidado parental. De ahí que la función parental pueda ejercerla, indistintamente, toda aquella persona que tenga condiciones y disposición para hacerla.


Y aquí viene uno de los puntos fuertes que encontré al toparme de narices con esta propuesta: resulta infinitamente más sencillo y liberador tomar el rol o función de padre desde una perspectiva de funciones y habilidades que desde un constructo político/social/cultural lleno de imposibilidades, contradicciones y exigencias, y que además está teñido en la mayoría de las ocasiones por un tufillo de abandono, dolor y rencor.


Otro gran punto es que acuñar este término y la definición que se desgrana de él, nos permite generar espacio vital suficiente para que las "nuevas" estructuras familiares que estamos viendo emerger, tomen un lugar propio, y se vean reconocidas a un nivel tan básico como el del derecho a existir. Ver la adopción, las situaciones de acogida, de reproducción asistida, la monoparentalidad, la homoparentalidad, las familias enlazadas. las transculturales. etc, desde este prisma, dota a estas “nuevas” estructuras de la dignidad y el reconocimiento pleno que merecen.


Me parece especialmente importante remarcar que el concepto de “función parental” no pone el foco exclusivamente en la figura adulta, huyendo así del tradicional adultocentrismo en que nos vemos inmersos y que no es más que otra herencia patriarcal, sino que hace alusión a las necesidades manifiestas de la infancia y, a la vez, a las capacidades que una persona necesita para cumplir dicha función, estableciendo así que el ingreso a la paternidad se da gracias a la relación con otro ser.


Es decir: yo soy padre porque tu eres hijx, y viceversa.


Todo esto no es un hecho menor, ya que al hacer alusión a los cuidados manifiestos de la infancia, el tema que se abre sin hacer grandes esfuerzos, es una de las grandes reivindicaciones por parte del feminismo: la de poner los cuidados en el centro. La reivindicación de hacer nuestros (como hombres) también los trabajos reproductivos. No solo como acto condescendiente de ayuda a una pareja, si la hubiera, sobrepasada por la mapaternidad, sino como acto radical, como acuerdo y como compromiso con lo que el niño que fui necesitó del padre que tuve. Como acto de cuidado de mi hijx, de mi pareja si la hay, de mi propio niño interno, y del adulto que soy.


Como hombres, actuar en el ámbito de los cuidados no siempre es fácil, por decirlo de forma ligera. Los referentes que hemos tenido, tanto masculinos como femeninos, que han participado en nuestros cuidados, muchas veces se han mostrado ausentes, abusivos, descuidados, agresivos, pasivos, sobrepasados, avergonzados, desganados, exhuberantes hasta el exceso, deprimidos, poco disponibles… Por suerte, en la mayoría de los casos también existen referentes de cuidados equilibrados, de cuidados que ofrecen justo lo que se necesita, ni más ni menos, referentes que nos dan la dosis justa de cuidado.


Y por supuesto, y hace falta decirlo, los cuidados que nutren, que dan calor, ternura, permiso para que surja lo vulnerable, lo flexible, lo suave, han sido tradicionalmente asignados a las mujeres de nuestras vidas: madres, hermanas, amigas, etc.

Y la ruptura con ese ámbito de lo doméstico, de lo hogareño, y la entrada al ámbito público, se ha vinculado a la esfera de lo masculino.


Esta división entre lo femenino y lo masculino, es una continuidad de la división de género que el heteropatriarcado impone, y plantea la base de una serie de desigualdades que causan grandes sufrimientos.


Y así, de entrada, no sabemos cómo se supone que un hombre debe expresar este tipo de cuidados. No nos han entrenado. Ni siquiera, en muchos casos, teníamos idea de que esto podía hacerse también desde ese lado. Y esto, nos despoja de ciertos privilegios, y nos pone en contacto con la humildad y en muchos casos con la vulnerabilidad. Dar lo que nunca se tuvo es un gran ejercicio, ya que se impone una conquista personal previa. Una exploración en territorio desconocido. Un trabajo arduo y comprometido. Una especie de viaje del héroe arquetípico que sale del hogar siendo niño, en una búsqueda osada, en un rito iniciático, que le irá dando lo que busca y lo que necesita en el devenir del camino, para llegar al final al punto de destino, que es el mismo que el de partida, pero siendo adulto, auto-sostenido y auto-estimado.


Nos queda un largo trecho que caminar y un gran aprendizaje. A mí me gusta buscar referentes actuales que cuidan desde esa ternura, y observar, mimetizarme, probar y personalizar ese cuidado. No como otro acto más de apropiación de lo masculino sobre lo femenino, sino como acto de mi voluntad de cambiar. Como manifestación de mis ganas de formar parte de ese gran cambio que atisbo en el horizonte y que hará (haremos) que los cuidados se pongan en el centro. En forma de pacto, en forma de acuerdo que haga que cada quien pueda ocupar un lugar de cuidado con respecto a lxs otrxs.


 
 
 

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